Es un tema recurrente, pero en esta vida ser pesado es una de las pocas virtudes teologales que aún se respetan. Ya he mostrado en más de una ocasión en este blog mi desprecio absoluto por los dioses, llámense Alá, Júpiter o Cristiano Ronaldo. Sin embargo, siempre he admirado a los héroes, humanos (en ocasiones hijos de dioses) que se atreven a disputarles el poder durante un tiempo,, a decir aquí estoy yo hasta que, es inevitable, los dioses les terminan por meter un fripoié en el píloro, y a veces durante toda la humanidad.
El héroe del que hoy quisiera hablaros es Prometeo (en este caso sería, para ser precisos, un titán). Os resumo un poco lo que hizo. (Según una versión de la mitología griega, que tiene varias para este mismo acontecimiento.) El pollo engaña a Zeus con el sacrificio que había que ofrecerle a los dioses: Prometeo le pone dos partes del animal, en una la carne y otra los huesos pero recubiertos de una capa de grasa. El barbudo elige los huesos en vez de la carne. Total, el dios se encabrona y dice que guay, que la humanidad se quede con la carne, pero que él se lleva el fuego a su casa. Y es que se puede engañar a los dioses, ahora bien...luego viene el tío Bruno con el mazo.
La humanidad queda desfogada en el peor sentido de la palabra. Y Prometeo le echa dos huevos y, aun sabiendo que los dioses son más irascibles que la Esteban, le roba el fuego y se lo devuelve a los humanos (es por eso que es considerado el protector de la civilización -nótese la figura del fuego como el pensamiento). Zeus al enterarse lo castiga encadenándolo a la cima de un monte (en el Cáucaso) donde un águila le roerá las entrañas eternamente.
¿Cómo logra zafarse? Aquí viene la eterna miseria de los hombres... haciendo de chivato y avisando a Zeus de que tendrán una hija que le traería la ruina... Así todo quedó zanjado.
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